Ansiedad y estrés: se parecen, pero no son lo mismo


“¡Estoy estresada!”, “¡Tengo ansiedad!”, “No sé qué me pasa…” ¿Te suenan familiares estas frases? Vivimos en un mundo donde el día a día nos pide estar al 100%, siempre productivos, siempre disponibles, siempre “bien”. Y entre tanto bombardeo de demandas, es fácil que empecemos a ponerle etiquetas a todo lo que sentimos. Pero, ¿qué pasa cuando usamos los términos “estrés” y “ansiedad” como si fueran lo mismo? Aunque ambos pueden hacernos sentir igual de mal, no son lo mismo. Y entender esta diferencia es clave para poder manejar lo que nos pasa de la manera más efectiva. Porque, si no les ponemos el nombre correcto a las cosas, podemos terminar arrastrando un malestar innecesario por más tiempo. 

Así que, ¡Hola estrés! quiero saber de vos… 

Cuando hablamos de estrés, hablamos de una respuesta natural de nuestro cuerpo frente a situaciones que nos desafían. Todos pasamos por momentos de estrés: un proyecto urgente en el trabajo, una discusión con alguien cercano, o simplemente la sensación de tener mil cosas que hacer en poco tiempo. El estrés, en principio, no es malo. Al contrario, en dosis moderadas puede ayudarnos a estar alerta, motivados y a funcionar mejor. Es esa energía extra que nos permite rendir cuando necesitamos estar concentrados o tomar decisiones rápidas. 

Pero el problema aparece cuando el estrés no se va, cuando se queda instalado en nuestra vida por largo tiempo o cuando es excesivo. En ese caso, puede pasarnos factura: dolores de cabeza, tensión muscular, insomnio, o esa sensación de estar al borde de la saturación. El estrés constante, sobre todo cuando nos sentimos abrumados por situaciones que no podemos controlar, puede afectar nuestro bienestar físico y emocional. Y, si no le ponemos un freno, hasta puede desembocar en algo más serio. 

Y entonces, ¿qué es la ansiedad? 

Ahora, ¿qué pasa con la ansiedad? La ansiedad es algo diferente. La gran diferencia con el estrés es que la ansiedad no siempre tiene un “por qué” claro. Es como esa sensación de que algo no anda bien, pero no podés señalar qué es exactamente. A veces, la ansiedad viene sin que haya una razón aparente. Es un miedo o una preocupación persistente por algo que, incluso, no está pasando en el presente. La ansiedad es tu mente pidiendo atención, diciendo que algo anda mal y pidiéndote que la mires porque necesita ser atendida. 

Si el estrés está vinculado a situaciones específicas (como una fecha límite en el trabajo o un problema con alguien), la ansiedad tiende a estar más relacionada con pensamientos constantes sobre lo que podría pasar, lo que podría salir mal, incluso cuando no hay evidencia de que eso suceda. Es como si, de alguna manera, nuestra cabeza estuviera anticipando un problema antes de que realmente exista. 

Además, la ansiedad se vuelve un problema cuando comienza a interferir con nuestra vida diaria. El estrés, aunque incómodo, puede irse una vez que resolvemos lo que lo desencadenó. Pero la ansiedad se queda ahí, persistente, afectando nuestras emociones, nuestras relaciones y nuestra capacidad de disfrutar el día a día. Las personas con ansiedad pueden experimentar síntomas físicos como palpitaciones, sudoración, mareos o dificultad para respirar. Y lo más grave: cuando la ansiedad se vuelve crónica, puede incluso desencadenar ataques de pánico, que son una especie de “explosión” de miedo y malestar físico sin una causa real que lo justifique. 


¿Por qué es importante saber la diferencia? 

Mucha gente tiene la idea de que el estrés y la ansiedad son lo mismo, pero tratarlos de forma equivocada puede llevar a que las cosas se compliquen más de lo necesario. Las diferencias claves son: La causa, la duración y la forma en que se manifiestan. Mientras que el estrés se puede manejar con técnicas de relajación, descanso y cambios en el estilo de vida, la ansiedad muchas veces necesita un enfoque más profundo, hasta llegar a incluso a necesitar realizar interconsulta con un profesional. 

En resumen, cuando tratamos el estrés, muchas veces basta con organizar mejor el tiempo, aprender a delegar tareas o incorporar hábitos más saludables. Pero la ansiedad, al ser más interna, puede requerir una terapia o una intervención más especializada para encontrar la raíz de ese miedo o preocupación constante. 


Escuchar a tu cuerpo y buscar ayuda 

Entonces, ¿qué hacemos con todo esto? Lo primero es entender que está bien no estar bien. El estrés y la ansiedad son cosas que muchas veces nos afectan a todos, pero reconocer lo que estamos viviendo es el primer paso para encontrar soluciones. Si estás sintiendo que algo no va, no lo ignores. No estás solo, y pedir ayuda no te hace débil, al contrario, es un acto de autocuidado. 


La salud mental es tan importante como la salud física, y si algo no anda bien, ponerle nombre a lo que sentimos es el primer paso para poder abordarlo de la mejor manera posible. El estrés y la ansiedad son comunes, pero no tienen por qué apoderarse de tu vida. Al entender sus diferencias, podemos empezar a cuidarnos de manera más efectiva, encontrar las herramientas que nos ayuden a gestionarlos y, sobre todo, aprender a vivir de una forma más tranquila y equilibrada. 


No estás solo, buscá ayuda profesional 

En muchos casos nos pasa que ya la situación de malestar persiste tanto que se nos agotaron los recursos para hacer algo. Ahí mismo es donde es TOTALMENTE necesario buscar ayuda profesional y no quedarnos solo frente a la tormenta porque siempre algo se puede hacer para vivir mejor. 

Así que, ahora que los diferenciamos, con esta información vas a poder saber cómo atenderlos de la manera más efectiva a cada uno 🙂



Sol Buscio: Licenciada en Psicología MN: 71610

*Esta información es provista con fines de concientización, educacionales e informativos y no sustituye ni reemplaza la consulta médica. Ante cualquier duda o síntoma consulte a su médico.